En
un mundo en el que se denigra la magia, en el que se mira con desdén a quien no
da argumentos racionales sino sentimentales, en el que la intuición es relegada
como sospechosa y el arte rebajado a mero divertimento; en este mundo, el inconsciente
lucha inútilmente por emerger, las emociones frustradas gritan ilusamente, el
instinto se atrofia, se pierde calidad humana.
Hemos
alejado el misterio, por temor. Miramos sin observar y toda la realidad nos grita su verdad: lo insondable de su
naturaleza, de nuestra naturaleza.
Por
fortuna, existen los artistas que son los magos contemporáneos. Son ellos los
que, con su labor estética, tienden un puente hacia lo desconocido, se sumergen
en el inconsciente y salen enriquecidos en conocimiento. Luego, lo plasman de
múltiples maneras para que el público participe y, a su vez, viva lo
desconocido en vez de esquivarlo.
Y,
¿qué mejor manera de introducirnos en el misterio que a través del Tarot? Estos
viejos naipes nos ofrecen imágenes cargadas de símbolos como inagotables formas
de introducirnos por los caminos de la intuición; son guías para iniciarnos en
la comunicación con nuestro yo interior; son los espejos de nuestros sueños y
visiones, formas tangibles de lo que está “más allá” de lo simple cotidiano. De
esta manera, vislumbramos el destino para poder ejercer sobre él, a medida de
lo posible, nuestra voluntad.
Setenta
y ochos caminos nos ofrece el Tarot más conocido, el de Marsella, divididos en
veintidós Arcanos Mayores y los restantes Menores. En esta oportunidad, estos
onces artistas ofrecen su interpretación de los veintidós Arcanos Mayores. A
cada uno le corresponde, por azar o destino, dos cartas en particular; cada uno
transita esos senderos, descubre signos, significados, señales; y, con su
voluntad, aborda ese conocimiento, lo comprende y lo plasma, enriqueciendo así
el acervo del Tarot.
Observemos
aquí la voluntad del quehacer artístico y veamos como esto se aúna a la magia
del Tarot.
Herna
Freiberg.